domingo, 11 de noviembre de 2012

HISTORIA DE UNA VUELTA A LA MANZANA





                  HISTORIA  DE  UNA  VUELTA  A  LA  MANZANA





Espacio de tránsito


Mi paseo empieza cuando cierro la puerta,




Todo viaje tiene comienzo cuando hemos cerrado nuestros sentidos a otros espacios, espacios conocidos donde se guardan cosas, donde uno se interioriza y se deleita en su propia existencia y los reclamos sensoriales están adaptados a nuestra cotidianidad, hasta hacer  desaparecer nuestro estado de alerta cognoscitiva: no nos hace falta, ya conocemos cada rincón de nuestra casa, o habitación o lugar de estudio o trabajo, ya hemos establecido todos los lugares y todas las cosas y nuestra situación respecto a ellas y nos sentimos protegidos en este orden, por eso cuando hay algún cambio pronto nos damos cuenta y por eso nos molesta tanto que esta situación estable y conocida varíe, nos descoloca a nosotros mismos en cierta manera y necesitamos una nueva adaptación o un regreso al estado habitual .

O de otra manera: cuando finalmente hemos abierto nuestros sentidos a lo exterior, al mundo tal como lo expresa Rafael Argullol: “Lo que llamamos "nuestro mundo" se podría comparar con las imágenes proporcionadas por un "Zoom" de capacidad ilimitada. A pequeña escala la vida depende de una misteriosa combinación entre la ley y el azar. A escala intermedia lo que nos parece azaroso está perfectamente legislado. A gran escala, por último, la ley más poderosa sucumbe ante el poder, todavía mayor, del azar. El ojo que miraría a través del "Zoom" es, por tanto, el ojo del caos. Primero ve al hombre, después a Dios y, finalmente, se ve a sí mismo”[1], cuando abandonamos nuestros fortines hogareños nos deshacemos de estructuras establecidas y encaminamos nuestros pasos (nos hacemos a nosotros mismos) con respecto a multitud de variables, de accidentes ante los cuales hemos de estar preparados para dar respuesta, que no dependen de nosotros y que nos van moldeando.

Cuánto más en una gran ciudad y cuánto más en el centro de una gran ciudad, “en el
ojo del huracán”.Es en este centro de la nada donde comienza y termina mi pequeño paseo.

Para salir fuera hay que abrir puertas, Sortear rejas y cerrojos, escapar por esas escaleras y ascensores de carácter laberíntico que componen en gran medida la mayoría de los habitáculos en los que perecemos, llamados más comúnmente pisos de apartamentos (yo los llamaría pisos de “aparta-mentes”) donde se nos mantiene, como su propio nombre indica, apartados, refinados, excluidos de la realidad externa donde la mayoría de las veces suceden las cosas que importan.



Cuando miramos al exterior de alguna manera esperamos que la realidad nos sorprenda, disponemos nuestro espíritu a los cambios, a los hechos posibles que están por suceder rompiendo el discurso de un camino conocido.

Si  no pensáramos posible un suceso que nos revele otra realidad distinta a la vivida no tendríamos necesidad de salir a la calle, de vivir en un núcleo urbano o de relacionarnos con la gente, más allá de cubrir las necesidades económicas que nos impulsan a ello en una primera instancia.

Detrás de estas necesidades básicas de búsqueda de beneficios económicos y afectivos, creo que se esconde otro anhelo más primitivo y mucho menos visible, aunque no menos importante: la necesidad de cambio, de re-escribirse a uno mismo a través de lo imprevisto, de reinterpretar lo conocido porque nunca permanece igual, la posibilidad de ser otro.

 En una ciudad como Madrid, en un lugar como el que voy a describir, donde el espacio público se ha privatizado y la vida en la calle ya no es posible, esta sensación de “realidad que transforma” se desvanece tan rápido como los transeúntes abandonan las aceras y son engullidos por las luces de los escaparates, continuamente fluyendo hacia ninguna parte, sin poder llegar a fijar ningún rostro en nuestra memoria, desapareciendo cualquier posibilidad de encuentro más allá de empujones o codazos y esto  también modifica la manera en la que percibimos las cosas tal como describe Javier Maderuelo: “La mirada moderna, … , atiende a lo efímero, lo fugitivo y lo superfluo, busca el placer en lo inmediato, por eso contempla la ciudad y lo hace como fenómeno cambiante”[2]



Nuestro cerebro se haya en un estado de constante excitación procesando datos y datos para mantenernos a salvo del peligro y hacernos llegar a nuestro destino utilizando la mínima energía posible, evitando obstáculos, procurando ofrecernos aquello que nos es útil; todo ello, en medio de los reclamos publicitarios que intentan desviar nuestras miradas y alentar nuestros deseos, apartándonos de nuestro objetivo principal, deteniendo nuestros pasos y nuestra mirada de manera involuntaria.

Observamos y somos observados, se interceptan nuestros movimientos: a veces se impiden y a veces se dirigen. “¡Alto!, todos quietos, ¡Vamos! todos caminando, todos como masa…” Es el ritmo de la ciudad a golpes de semáforo. No sirve ir contra corriente, en estas fechas es imposible.







Lo que nunca cambia cuando se apagan las luces.

Sin embargo, entre este séquito de fantasmas siguiendo a un dios desconocido, aún en las entrañas de la más enloquecida de las ciudades siempre podemos encontrar exclusiones a la norma, evidencia de que las cosas no son como parecen y de que toda continuidad tiene interrupciones como propiedad innata a su propia definición, aunque pudiera parecernos lo contrario.

No es, por tanto, casualidad que detrás de todo este movimiento aparente haya elementos que permanezcan estables, imperturbables, inamovibles en su misma esencia y que gracias a ellos seamos capaces de no marearnos ante tal vorágine de rostros e imágenes.

Cuando hice las fotos del paso de cebra con la gente detenida o en movimiento, en realidad lo que quería fotografiar es al hombre que se encuentra detrás de todos ellos, junto al árbol, y que no se puede distinguir:



Es un hombre ya maduro, de tez morena, quemada por el sol, un inmigrante sudamericano que desde hace ya más de cinco años, todos los días (excepto los domingos), mañana y tarde, llueva o haga frío, saca su silla y sus herramientas y talla maderas que encuentra (de puertas, ventanas, encimeras, o cualquier trozo de madera con cierto grosor) haciendo relieves casi siempre de temática religiosa, cristos o vírgenes rodeados de arcángeles o pastorcillos (aunque a veces hace retratos de encargo, supongo, sobre las fotos que le proporciona algún invisible cliente, que una vez terminados, pinta con ceras de colores o con témperas).

Su actividad fija momentáneamente las miradas de todos los que van a cruzar esta calle (probablemente hayan sido ya millones) seguro que ha dejado un poso de reflexión en cada individuo que le haya observado, aunque sólo sea por unos minutos, el que mira ha sido transformado. Por un momento el transeúnte ha apartado su vista de los escaparates y los carteles de las grandes marcas que intentan mostrar las ventajas de vivir en la ciudad comercial donde podemos conseguir todos los productos de nuestros sueños por un “módico” precio, para posarlos sobre el artesano, que crea maravillas con sudor y trabajo por su propia mano.

La necesidad de cambio de la que se aprovechan las empresas comerciales, los estados, las corporaciones[3], para vendernos sus ideas, ha sido satisfecha momentáneamente y en contra de la propia voluntad del viandante por un ser que, tal vez, podríamos llegar a ser. Que no pide nada y que sin embargo recibe de nosotros, no sólo atención sino también monedas (¡cómo si pudiéramos pagar lo que de verdad nos ofrece!), como si tratáramos de aliviar cierto sentimiento de culpa por la situación en que se encuentra, cuando no es cierto que esté peor que nosotros. No he visto en ninguno de los que le observamos la tranquilidad de espíritu que a este hombre rodea.

Por otro lado no toda mirada es ciega y, como refleja un cartel de Springfield graffiteado) se está descubriendo el nuevo rostro de esta sociedad de consumo, donde el corazón sangrante pintado en el ojo de la modelo, podría parecernos revelar una depreciación, al menos, de la mirada consumista que se nos ha pretendido imponer.



En la calle del lujo reina la pobreza y la decrepitud aunque ésta se resista a ser observada (debajo de la farmacia hay un mendigo que me amenazó por fotografiarle, aunque de todas formas no salió en ninguna foto). “Por tanto, podemos prever que los pobres seguirán acudiendo a las ciudades, y que estas, independientemente de lo que piensen los intelectuales sobre ellas, seguirán creciendo”.[4] Reflexiono así acerca de la imposibilidad o las dificultades para escrutar el verdadero rostro de la realidad urbana, “Muchos de los problemas de los que se habla en las ciudades no son específicamente urbanos, sino de la sociedad.....La discriminación, la segregación, la intolerancia, la injusticia son problemas generales de la sociedad, rural o urbana. También lo es la soledad, a pesar de la proximidad física, ya que como  es sabido ésta no es garantía de proximidad social”[5].



Todo esto no cambia en la ciudad sino que se agudiza, y forma parte de ella de una manera tan firme como oculta, lo que varía en la ciudad es la manera en que miramos para que lo que no nos gusta parezca no existir. Encuentro un ejemplo en la escultura homenaje a Francisco de Goya  colocada en la intersección de las calles Goya y Alcalá:



Para el que pasea, el que marcha a pie, es casi imposible ver el rostro de frente del pintor, desde la esquina más cercana sólo es posible verle la nuca, y desde las calles adyacentes solo acertamos a ver sus distintos perfiles. La mirada frontal sólo es posible desde la esquina más alejada desde la que no de distinguen sus rasgos, o bien mientras se circula en automóvil con lo que la observación directa podría suponer grave peligro para la seguridad vial al no existir líneas de detención cercanas en las que podamos detener el vehículo.

No podemos, por tanto encontrarnos con una mirada directa del pintor,  se nos impide ver el rostro del monumento, vivimos bajo la sombra del cogote de Don Francisco,

Es todo lo que se nos ofrece: El monumento aparte. Hechos para no ser  vistos.  Y “Sin embargo, por lo general, reconocemos las ciudades por sus monumentos o por la silueta de sus perfiles característicos que son reproducidos en cientos de imágenes”[6].

Visiones periféricas, preestablecidas, cuantificadas y domesticadas. Libres de cualquier estímulo que deje patente lo oculto. Hemos sido acostumbrados a otro tipo de monumentalidad adaptada al servicio de las hiper-estructuras de la comunicación, donde el verdadero monumento  es el propio centro comercial adyacente.



Aquello que era digno de alabarse, hoy sucumbe a interpretaciones dirigidas por y para el consumo y mejor funcionamiento de las nuevas Telépolis[7].

Es en la oscuridad de los neones y los faros que deslumbran cuando este centro comercial en el que vivo deja ver su cara más oculta, más cruda y desde mi punto de vista más veraz.

Estas luces de neón que recubren extensos edificios comerciales no están hechas para alumbrar, sino para deslumbrar (mismo efecto que causan los faros de los coches sobre los transeúntes), lo cual implica necesariamente una pérdida de visión o al menos una disminución de las capacidades visuales del individuo: vamos por la calle con nuestras facultades mermadas frente a lo visible, que ya no lo es tanto. Este deslumbramiento visual va acompañado de otro deslumbramiento más emocional o psicológico, toda esta parafernalia ayuda a incorporar en el ámbito urbano las nuevas promesas ficticias de realidad, una realidad en que la felicidad absoluta es posible desde el punto de vista del consumo ilimitado, mientras se pueda comprar se compra felicidad. Creamos una representación visual que adoptamos como real y como apunta Daniel Canogar ésta acaba sustituyendo la realidad: “Esta nueva concepción visual de la arquitectura se acerca más a lo que contemporáneamente llamamos la simulación, donde en lugar de coexistir diversas capas de realidad y representación, la representación sustituye a la original[8]”

Me pregunto quién obtiene mayores beneficios de esta situación… Porque no importa cuánto se tenga que esperar para conseguir las condiciones adecuadas para integrarse en este movimiento consumista portador de futuras promesas que nunca se cumplen, todo el mundo espera poseer el dinero suficiente para poder comprar sin mirar el precio de las cosas (valorado en euros o dólares). Esperamos bajo luces artificiales, tras los cristales, la recompensa de lo que creemos que nos pertenece por derecho. Probablemente solos[9].




Naturaleza urbana


Paseo la mirada alrededor de mi edificio como eje central al que siempre regreso, tarde o temprano, lo voy haciendo con nocturnidad y alevosía, para describir este tiempo y esta luz a todas horas me rodea.

Mientras tanto la ciudad se convierte en parque de atracciones, como un escenario teatral evolucionado bajo la nueva política de juego de la era postmoderna, cuando ya las atracciones van camino de ser sólo imágenes[10] y donde ya las imágenes casi no significan nada.

Y nadie juega en las calles.

Supongo que esto no es un juego aunque vivamos una perfecta realidad virtual.

Pese a vivir en grandes escenografías animadas, el reparto ya está escogido, A la humanidad se le otorgó el papel de figurante: “tú serás “ser urbano” (que no humano), por allí debes entrar y por aquí debes salir, ¡Ah, y no toques nada!” y a las grandes estrellas nadie las conoce.

Yo nunca las he visto, por lo menos en su forma de estrella. Aunque una vez un hombre viejo, de madrugada, sentado en el banco solitario que se encuentra frente a mi portal me contó que conoció alguna e incluso la acompañó en sus excesos.



Fue marinero en su tierra, que era una isla, y luego viajó hasta Madrid para convertirse en vendedor de grifa a los americanos que tanto gustaban de disfrutar de las tabernas flamencas de los bajos fondos de Ventas, cuando la M-30 era todavía el arroyo Abroñigal, allá en los 50, obteniendo cierto renombre.

Allí conoció a Ava Gardner, a la que sirvió de chofer en alguna ocasión y tal vez algo más, pues según él ella le invitó a visitarle, cuando se retiró definitivamente a Acapulco, si pasaba por allí en alguna de sus rutas marítimas. Pero él nunca fue, probablemente porque el alcohol evitó que volviera jamás a embarcar.

 Y así lo encontré en Madrid, ciudad de la que no pudo escapar, con su ambiente portuario de bajos fondos,  frente a mi puerta, bebiendo y desahuciado, culpando a su hermana rica de toda su mala fortuna y contando a quién tuviera un cigarro que darle y algún tiempo para escucharle, cómo cada noche recogía mierdas de perro y las colocaba en su ventana como venganza.

Era un hombre que aunque probablemente loco, aún conservaba un exquisito sentido del humor.

La presencia de hombres como éste es similar a  la forma del extremo de la manzana en ese cruce Goya-Alcalá, toda ella de corte señorial, revelándose como barco gigantesco varado, náufrago encallado  en un mar de gente, bañándose en multitudes que se mueven sin reparar en la inconmensurable corporeidad de este edificio que no se puede mover, que nunca más se moverá (salvo catástrofe) y que en cierta manera ya ha perdido toda su importancia.



Un mero decorado.

Supongo que cuesta mirar hacia arriba de la misma manera que hacia abajo (el cuello te acaba doliendo), por encima del perfil de la ciudad,  allá dónde el cielo aún puede que exista.

Cuento estas historias porque me parece que hablan de la  verdadera naturaleza de esta ciudad, por que la “real”, la de hojas verdes y verdes veredas no tiene lugar.



Los elementos naturales no sólo se ven mermados, disfrazados, o sometidos, sino que han sido encarcelados; gracias, probablemente, al esfuerzo de los estamentos dominantes por introducir las maravillas de la sociedad industrial (hoy  ya post-industrial) como explica Canogar: “Tanto los invernaderos como el Palacio de Cristal suponían una reconciliación de naturaleza e industria, pero dentro de la ciudad y a través de lo industrial. No presenciamos una vuelta a la naturaleza, sino la humanización de la industria a través de una naturaleza alterada” [11].



El aire del mañana es espeso, las imágenes pierden nitidez, al igual que la realidad que se desvanece y convierte la materia y los cuerpos tangibles en evanescencias de realidades que aún no se han consumado, o incluso, que se ya se han consumido previamente.

Y si en el escenario principal de esta ciudad se representa nuestro mundo feliz a lo Walt Disney,  en el foso encontraremos los verdaderos actores que se encuentran esperando turno con paciencia, para contar cómo es por dentro esta función.

Aún así, y a pesar de todo la ciudad persiste y resiste como ente y como ser, pese a su desolación encubierta y la suciedad (tanto moral como real) de sus gentes, extendiendo su “estética rata” (como me he permitido denominar a esta pátina que siempre aparece, derivada de la suciedad del tiempo, de todos los hombres, que devienen en ruina primitiva), durante las noches largas que describía Hemingway[12] (porque por el día sólo se deambula y muy poquitas veces se piensa), más bella que cualquier escaparate y más limpia que cualquier cristal. Dejando ver por sus grietas, tal vez, el paraíso perdido[13]



Aquí acabó el paseo, otra vez en el banco dónde nadie se sienta frente a mi puerta, en este edificio donde  vivió algunos meses César Vallejo, y en cuya fachada se puede ver una placa homenaje que reza así:


                      “CUANDO ALGUIEN SE VA, ALGUIEN SE QUEDA.
         EL LUGAR POR DONDE PASÓ UN HOMBRE YA NUNCA ESTÁ SÓLO.”
                                            (César Vallejo - Poeta peruano)







[1]
 Argullol, Rafael: " El cazador de instantes- Cuaderno de travesía 1990-1995 ". Ediciones Destino- Colección Áncora y Delfín 1996. (EL ojo del caos). Pág. 52-53.

[2]
 Maderuelo, Javier: " Del escenario de la ciudad al paisaje urbano ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág.47)

[3]
 “Destruir la caótica realidad para reemplazarla por una visión higiénica y ordenada del original, un simulacro gestionado por las grandes corporaciones de la industria del entretenimiento: este es parte del insidioso mecanismo económico de la arquitectura del espectáculo de la actualidad”. Canogar, Daniel: " Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). ( Pág. 209)

[4]
 Capel, Horacio: " Gritos amargos desde la ciudad "."Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 128)

[5]
 Capel, Horacio: " Gritos amargos desde la ciudad "."Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 118)

[6]
 Maderuelo, Javier: " Del escenario de la ciudad al paisaje urbano ". "Desde la Ciudad"- Actas -  Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 38)

[7]
“Está surgiendo una ciudad dispersa, pero con lazos y relaciones fuertes entre sus componentes a través del automóvil, el teléfono , los transportes públicos, Internet. Una nueva forma de organización social a la que se ha llamado Telépolis (Echevarría, 1994). Una ciudad desterritorializada en donde se pueden establecer contactos y relaciones en partes muy diversas. Una ciudad que en una primera fase será muy injusta y segregada, ya que acentúa el uso desigual del espacio y sólo algunos se pueden mover realmente en esos diferentes espacios y por todo el mundo mientras que otros, con menores rentas, permanecen ligados al lugar de residencia”. Capel, Horacio: " Gritos amargos desde la ciudad "."Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág.117)

[8]
"Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen" Daniel  Canogar. "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998 (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 197). “Ya en los albores  de la modernidad encontramos las características principales de lo que será la arquitectura de la simulación: un espacio arquitectónico que coloca al ciudadano en el centro mismo de una gran imagen envolvente, una primitiva realidad virtual”. (Pág.198). “A partir de ahora, el ciudadano pasa a ser ante todo un espectador de su entorno, un consumidor visual de un urbanismo escenificado”. (Pág.198).  “Aquí, el cristal se convierte en un motor principal de la incipiente sociedad de consumo. Permite el acercamiento visual al producto, pero separa físicamente al observador de este producto expuesto especialmente para seducir la mirada del individuo. La seducción visual provoca el deseo adquisitivo: a partir de ahora la figura del espectador quedará definitivamente fundida con la del consumidor”. (Pág. 202)

[9]
 "En Madrid lo desconsolaba sentirse tan lejos de Mágina: en el arcén, junto a los pilares del puente y la marea del tráfico, rodeado de terraplenes y zanjas de tierra ocre en los que aún se veían las huellas colosales de las excavadoras, se sintió no ya lejos de su añorada Mágina, sino de cualquier otro lugar habitado del mundo". (Antonio Muñoz Molina " Los Misterios de Madrid" Barcelona, RBA, 1994, p.77)." Palabras Pintadas: 70 miradas sobre Madrid" Sala de las Alhajas- Fundación Caja Madrid 23 de Marzo- 20 de Junio,2004 , (Pág. 180)
[10]
 “En Poitiers, dos horas al sur de París está "Futuroscope", parque temático de la imagen. Si hay algo que sorprende al pasear por su recinto es su silencio. En comparación con  un parque de atracciones tradicional, donde se oye el griterío y el murmullo excitado de los visitantes montándose en diversas atracciones mecánicas, aquí impera un vacío sorprendente. Esto es debido a que las atracciones se han sustituido por películas IMAX. Este fenómeno es un auténtico giro postmoderno al desarrollo histórico del parque temático: ya no hay atracciones, sino imágenes que se comportan como atracciones”.  (Pág. 69) Canogar, Daniel: "Ingrávidos”. Un proyecto de Daniel Canogar. Del 27 de Marzo al 25 de Mayo de 2003. Fundación Telefónica. Madrid

[11]
 Canogar, Daniel: " Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 201).
[12]
 "Irse a dormir temprano en Madrid es como querer sentar plaza de persona extravagante, y vuestros amigos se sentirán molestos durante algún tiempo con vosotros. Nadie se va a la cama en Madrid antes de haber matado la noche".--- Ernest Hemingway " Muerte en la tarde" (1932) (Traducción de L. Aguado, en J. A. Santos, Madrid en la prosa de viaje, op. cit.,p.137) " Palabras Pintadas: 70 miradas sobre Madrid" Sala de las Alhajas- Fundación Caja Madrid 23 de Marzo- 20 de Junio,2004 (Pág. 202)
[13]
  “¿Cómo sorteamos las tendenciosas implicaciones políticas del espacio de simulación, perfecto instrumento del capitalismo tardío y de la sociedad de mercado? Es difícil formular una respuesta contundente a esta pregunta, pero quizás, sólo adentrándonos en estos espacios de simulación, sólo aceptando su inevitable presencia, podemos comenzar a esbozar modelos alternativos, híbridos  quizás, a los estancos modelos actuales de "ciudad" y "naturaleza", o lo que se ha convertido en su equivalente contemporáneo, entre "realidad" e "imagen". Sin duda necesitamos la referencia dialéctica de la naturaleza, no como experiencia empaquetada, pictorialista y domesticada, sino como una presencia entrópica que resquebraje las asfixiantes burbujas artificiales que hemos creado para protegernos de una realidad caótica y amenazante. Serán estas grietas, sin duda inquietantes, donde podamos encontrar las posibles salidas que trasciendan los límites actuales de la experiencia humana”. Canogar, Daniel: " Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). ( Pág.210)

sábado, 19 de mayo de 2012

Todo un poema

Cuando no hay tesoros que ofrecer
y solo queda ser pirata de barcos fantasmas;

Cuando el colchón ya se ha inflado
y los pies que yacen respirando
tras horas sobre ruedas
recorriendo la noche de una orilla a otra,
expulsados de todas las paredes,
las nuevas y las viejas,
las familiares y las ajenas;

Cuando se limpia el sudor de la frente
y se recogen las sillas
que sonríen como payasos,
con el color de la pintura en el estómago
y la rabia en unos dedos que tiemblan
bajo las uñas sucias;

Cuando se revuelve
buscando veneno y escorpiones,
transeúntes de tropiezos,
encontrando solo pasados
a los que escribir poemas baratos
en alguna habitación con grietas
de miradas ya despojadas
de lo que se vió en ellas;

Cuando se huye
hacia el congelador de una nevera
buscando un sueño que es negado
y en todas partes invisible;

Cuando se recuerda el mar sagrado
y la verja del viejo monasterio
donde los gatos atan cabos
y desde donde regresan,
eléctricas y carmesíes,
las palabras "¡más fuerte!"
a todos los puntos y todas las comas;

Cuando un "cuando estés a punto de rendirte
guarda tu último cartucho y vuelve al agua
a preguntar si hay alguna respuesta"
retumba en los oídos desde una tumba sin flores;

Cuando todo esto sucede
y hace pesar cada átomo
como dos mundos apagados
que extienden sobre el aire
el manto imperturbable de todas las galaxias,
y antes de bajar la cabeza y dejarla reposar
apoyada frente a la única luz que existe;

Entonces,
pulsando una tecla se atrapan las ondas,
buscando un dial por enésima vez,
en esta vida repetida de graogramanes rutinarios
que se acuestan sin saber
si volverán a despertar y ver temblar

Entonces,
se comienza a contar las piedras que faltan,
bajo la influencia vespertina
de una lagartija con la boca cosida,
o tal vez dos,
que se escapan entre las rocas
negando su presencia;

Y mientras, la tinta se aferra a la piel,
las notas verdes se retuercen,
como prados sin cercados
calentados por el sol del mediodía,
silenciosas y flamígeras,
atravesando cada célula
y quemando mitocondrias;

Y en el humo que se alza,
también esmeralda,
queda la esperanza que retorna a los olimpos,
donde tal vez algún dios sepa lo que hacer con ella;

Hoy, que ya es ayer,
antes de apagar todas las luces
y dejar caer los brazos,
la cadena que acompaña
silba una canción que dice
que hoy va a ser la noche de que se habló.

Ritual destino de las horas
que siempre ladran en el camino el mismo atronador rugido,
para mantener el contacto,
en una espléndida actuación en medio de la desolación.






domingo, 15 de abril de 2012

MICROCUENTO


Fue un día de abril cuando comenzó. Las campanadas cesaron de sonar a mediodía y el tiempo dejó de latir por un instante, pero nadie se dió cuenta. Hasta entonces la vida se había distinguido por su ausencia, o eso podría haberse pensado. A partir de ese momento todo fue definitivo.

sábado, 14 de abril de 2012

SAD WINGS OF DESTINY


"Sad Wings of Destiny" Tinta sobre papel fotográico 12x15cm



Me ofrezco a ti, bestia,
antes de morir,
con la chupa puesta,
con el corazón ligero,
y la mirada presta.

Sin angustias ya,
y con dolor supremo.

Anhelando tus mordiscos,
y la sangre en mi mejilla,
el calor de tu pelambre,
y tus garras en mi herida.

Yo, con el alma babeada,
Tú, con la boca en calma.

Dentro de ti, león,
Seré cordero.

(El Jinete Enojado)

jueves, 16 de febrero de 2012

Hoy

Grafito sobre papel 7x13cm


Hoy, que no es mañana, he llorado...

Dios sabe por qué, yo también...

Copas vacías, sueños vacíos, miradas vacías…

¡Dadme algo que contemplar!


Si en la noche oscura veis un cedro,

no soy yo.

Si en la noche fría tenéis un sueño,

no seré yo.

Si no teméis a la noche,

ese fui yo.


Hoy, que ya es mañana, cierro mis ojos...

Nadie sabe por dónde, yo tampoco...

Sábanas blancas, gris almohada, viejo colchón...

¡Dadme reposo que me adormezca!


Si mañana vuelan las palomas tuertas,

lo hacen por mí.

Si mañana el viento sopla donde nada se mueve,

volará por mí.

Si el día mañana se hace otro,

yo no fui.


A su lado me arrincono.

Encogido.

Esperando que amanezca.


lunes, 30 de enero de 2012

When a Blind Man Cries



Hoy, después de tanto tiempo sin escribir voy a contar una historia. Es la historia de un hombre, de un hombre ciego. De un hombre ciego que se ha subido hoy al mismo autobús en el que yo andaba de vuelta a casa con mis toses y mis tristezas. 57 era el número. Desafortunada la andadura.

Cuando ha entrado no sabía que era era ciego, y eso que le acompañaba su perro guía, pero pensé: "seguro que es un perro en rodaje todavía, este chico, que no será mayor que yo, no tiene por qué estar ciego, lo estará entrenando". Pero esta idea se ha desvanecido en el primer segundo, cuando me he encontrado observando los largos dedos de su pálida mano palpar, con esa extraña suavidad del que mira con el tacto, el cristal de la mampara que separa al conductor de la gente común, mientras preguntaba con una voz sosegada en qué parada se tenía que bajar para coger el metro de la línea 1.

-"En dos paradas, si quieres, tienes el metro de Nueva Numancia, que es la línea 1, si no, en Pacífico, tienes la 1 y la 6"

-"Me da igual, con tal de que sea la línea 1, supongo que mejor la que esté más cerca de la boca de metro, ¿podría avisarme por favor?"

Luego se ha sentado detrás de mí con su fiel amigo que era como fue también mi fiel amigo, un labrador negro. Iguales, la misma mirada.

Después ha entablado conversación con alguien, cercano creo, por su tono y su cadencia al salir las palabras de su boca, a través de su teléfono móvil. A pesar de haber subido en una parada del valle de los desharrapados él no parece pertenecer a esta tierra. Viste bien, ropa cara (o al menos eso es lo que yo supongo), y cuánto menos elegante, con un toque bohemio, nada pretencioso, y exquisitos modales, y voz suave. Con esto no quiero decir que no exista este tipo de personajes en el que en sueños siempre fue mi barrio, pero no es lo habitual. Más tarde confirmé que efectivamente sólo pasaba por allí. Como yo. Como todos.

Dos paradas después el autobús ha cesado su movimiento.

-"Aquí es, el metro está a la izquierda"

-"Adiós, tengo que dejarte, voy para allá, tengo que bajarme del autobús y cojo el metro ahora" (No sé si con exactitud ha dicho esto o cualquier otra cosa parecida, o tal vez algo que no tuviera nada que ver con estas palabras, pero eso no es lo importante).

Se ha levantado sin prisa, con movimientos pausados se ha dirigido hacia la puerta de atrás del autobús haciendo girar a su perro que tenía intención de salir por delante. Un perro siempre es mucho más sabio que cualquiera de nosotros. Más sabio que el sol que todo lo quema. Más sabio que Dios.

Luego un grito, y el dolor. He girado mi cabeza para mirar por la ventana y le he visto allí tirado , sin moverse, mientras la gente se arremolinaba a su alrededor, muchos se han bajado del autobús; y cuando he visto a su can que me miraba a través del cristal con la correa colgando arrastrando por el suelo, yo también.

Nadie le hacía caso, y él, sin huir, se mantenía a la espera, sin saber qué hacer, mirando estupefacto el espectáculo. He cogido la correa y me acercado a su frente, me ha saludado con la mirada y con la lengua, agradecido, "¿tú sabes que pasa?" me ha preguntado, "no temas, pequeño, te llevaré con él, todo está bien, es sólo un contratiempo, cosas del mundo..." le he respondido, y acercándolo al cuerpo tendido que preguntaba por su lomo ambos se han encontrado y se han quedado más tranquilos. Se ha tumbado panza arriba contra él, "qué juego más divertido, tú en el suelo y yo también", ha dejado entrever en su sonrisa perruna. Mientras, los dedos largos del ciego agarraban la correa quitándomela de las manos, "Ven conmigo, no me dejes sólo" parecían decirle. Y me ha temblado el corazón.

"Se llama Jazz" le ha dicho el chico a la policía pelirroja que intentaba calmarle, (el jazz siempre me ha parecido una música triste, y ella también tenía una mirada triste),"¿Puedes moverte?", "no", "Tranquilo, la ambulancia llegará en seguida", "¡despejen esto, aquí no hay nada que mirar!". Y todos se han ido. Yo no. Quería asegurarme que ambos, amo y perro, subían al mismo vehículo, que no los separaban, que ninguno de los dos se iba a quedar solo y desamparado en manos de extraños. Luego han llegado otros. Más extraños.

"¿Que ha pasado, cómo te has caído?" "No lo sé, tropecé con algo, el animal ha hecho un ademán para desviarme, pero ya era demasiado tarde". El autobús aún permanecía parado, en el mismo instante, con la puerta abierta frente a ese enorme bolardo en el centro exacto de la trayectoria de bajada de cualquiera, ¿como podría haberlo evitado?... Un punto y aparte en el camino. Un mojón en el destino. En principio, un imán de la desgracia.

El conductor daba vueltas alrededor de la escena: ¿cómo podía haber parado el autobús exactamente en ese punto? ¿qué maldita idea se le habría pasado por la cabeza para apretar el freno en ese espacio adoquinado y no unos centímetros más alante?, no más de 50, hubieran servido para engañar a la fatalidad. Mientras yo le miraba, adivinaba mis preguntas en su mente. No creo que siquiera fuera consciente de dónde paraba el autobús, no lo tuvo en cuenta, no fue intencionado. Probablemente no sea una mala persona, probablemente iba pensado en otras cosas, probablemente en nada que importe. Y le tocó ser el brazo ejecutor, mensajero de agonías de otro ser ya parcheado. Todos pierden.

Incluso yo, que no puedo evitar que las lágrimas se me escapen, mientras pienso andando por la Albufera en el chico ciego allí tendido que no llegará a su destino, en el negro Jazz subiendo a la ambulancia tras su amo que no soy yo, que tal vez ya nunca más le necesite, si su cuerpo se hace monumento, erigido en piedra, si lo inmóvil del instante se plagia entre sus células, si además de una tragedia le bailan más Medeas; Joder, parecía buena gente, un poco bobo todo lo más, pero no había maldad en su mirada, a pesar de no ver nada. Y sentí su oscuridad en la caída, y el dolor de sus pupilas, y una costilla atravesando carne, y más vallas en su cercado, y menos alegría en mil rabos de perro.

¿Por qué a él y no a otro?, otro cualquiera como ese gilipollas que diez minutos más tarde me intentó chotear tras el mostrador de un establecimiento de esos de "comida rápida de mierda que sabe a gloria", y al que a falta de poder insultar en voz alta (pero habiéndolo hecho a sotto voce entre quejidos de mis bronquios de pez fuera del agua) le dí a entender que se metiera los putos sándwiches, de ese negocio cuyos beneficios no iban a ser para él, por el culo. ¿Cómo pueden existir seres tan necios? A veces creo que la maldad va de la mano de la ignorancia. No sé qué ceguera es peor.

Y he seguido andando de Vallekas al Barrio de Salamanca, con rabia entre los dientes y el estómago vacío. Y al mirar entre cascadas he visto sobre un banco solitario, abandonado, un radiocasete amarillo y roto, del que nunca más saldrían notas, que nadie más escucharía.

Y le he hecho una foto (1), pensando que ilustraría el relato que ahora estoy escribiendo. Y me he despreciado a mí misma por utilizar un momento grave de la vida de otro para dedicárselo a las artes, esa amante traicionera que nunca devuelve llamadas. Y he pensado que no soy mejor que nadie, y que tal vez ni siquiera exista sino como esa mano que pasa la correa de un ser a otro. Sin presencia, sin voz, sin cuerpo, sin ojos. Una falacia.

Y me he preguntado si la vida era tan cruel como para ponerse a disposición del Arte, como para no ser sino Arte, no existir sino en una canción o en un poema, que casi siempre son lo mismo, al final: una imagen. La vida no es, solo suena, solo habla y siempre está ciega. El Jazz siempre me ha parecido una música triste, y el Arte un invento del diablo, y ahora que he perdido la voz, y no sólo por eso, prefiero la alegre mentira del Rock n' Roll.

Luego me ha dado un ataque de tos, como el que ahora tengo, que casi me ahoga, y al pasar por un hospital he entrado en urgencias. Diagnóstico: Bronquitis aguda y afonía grave. No puedo respirar y ya no quiero hablar.

El ciego jamás sabrá quién le devolvió a su guía. El que no habla en el que no ve.

Y está bien, y solo para limpiar mi conciencia impía, escribo ahora las siguientes líneas que son el final feliz que nadie espera en una historia como ésta: ese en el que la policía pelirroja se enamora del ciego inválido (que resulta no serlo) de camino al hospital en la ambulancia, con el perro de testigo, y cómo a partir de ese momento la vida es mejor para los tres. Otra falacia, tal vez.

O puede que simplemente lo único que sucede es que necesito un perro. Que todos necesitamos un perro guía.

Le llamaré "Tiempo".




(1) Providencialmente la foto fue alojada en la tarjeta SD del teléfono móvil. Debido a un ataque de estupidez supina o como otros dirían "cosas del destino", al intentar volcarla en el pc la he introducido en la ranura equivocada del ordenador de manera que resulta imposible su extracción. De tal modo he acabado de un plumazo con la posibilidad de mostrarla al mundo, y he inutilizado de por vida el lector de tarjetas de mi portátil. Ustedes reflexionen. O no.