domingo, 11 de noviembre de 2012

HISTORIA DE UNA VUELTA A LA MANZANA





                  HISTORIA  DE  UNA  VUELTA  A  LA  MANZANA





Espacio de tránsito


Mi paseo empieza cuando cierro la puerta,




Todo viaje tiene comienzo cuando hemos cerrado nuestros sentidos a otros espacios, espacios conocidos donde se guardan cosas, donde uno se interioriza y se deleita en su propia existencia y los reclamos sensoriales están adaptados a nuestra cotidianidad, hasta hacer  desaparecer nuestro estado de alerta cognoscitiva: no nos hace falta, ya conocemos cada rincón de nuestra casa, o habitación o lugar de estudio o trabajo, ya hemos establecido todos los lugares y todas las cosas y nuestra situación respecto a ellas y nos sentimos protegidos en este orden, por eso cuando hay algún cambio pronto nos damos cuenta y por eso nos molesta tanto que esta situación estable y conocida varíe, nos descoloca a nosotros mismos en cierta manera y necesitamos una nueva adaptación o un regreso al estado habitual .

O de otra manera: cuando finalmente hemos abierto nuestros sentidos a lo exterior, al mundo tal como lo expresa Rafael Argullol: “Lo que llamamos "nuestro mundo" se podría comparar con las imágenes proporcionadas por un "Zoom" de capacidad ilimitada. A pequeña escala la vida depende de una misteriosa combinación entre la ley y el azar. A escala intermedia lo que nos parece azaroso está perfectamente legislado. A gran escala, por último, la ley más poderosa sucumbe ante el poder, todavía mayor, del azar. El ojo que miraría a través del "Zoom" es, por tanto, el ojo del caos. Primero ve al hombre, después a Dios y, finalmente, se ve a sí mismo”[1], cuando abandonamos nuestros fortines hogareños nos deshacemos de estructuras establecidas y encaminamos nuestros pasos (nos hacemos a nosotros mismos) con respecto a multitud de variables, de accidentes ante los cuales hemos de estar preparados para dar respuesta, que no dependen de nosotros y que nos van moldeando.

Cuánto más en una gran ciudad y cuánto más en el centro de una gran ciudad, “en el
ojo del huracán”.Es en este centro de la nada donde comienza y termina mi pequeño paseo.

Para salir fuera hay que abrir puertas, Sortear rejas y cerrojos, escapar por esas escaleras y ascensores de carácter laberíntico que componen en gran medida la mayoría de los habitáculos en los que perecemos, llamados más comúnmente pisos de apartamentos (yo los llamaría pisos de “aparta-mentes”) donde se nos mantiene, como su propio nombre indica, apartados, refinados, excluidos de la realidad externa donde la mayoría de las veces suceden las cosas que importan.



Cuando miramos al exterior de alguna manera esperamos que la realidad nos sorprenda, disponemos nuestro espíritu a los cambios, a los hechos posibles que están por suceder rompiendo el discurso de un camino conocido.

Si  no pensáramos posible un suceso que nos revele otra realidad distinta a la vivida no tendríamos necesidad de salir a la calle, de vivir en un núcleo urbano o de relacionarnos con la gente, más allá de cubrir las necesidades económicas que nos impulsan a ello en una primera instancia.

Detrás de estas necesidades básicas de búsqueda de beneficios económicos y afectivos, creo que se esconde otro anhelo más primitivo y mucho menos visible, aunque no menos importante: la necesidad de cambio, de re-escribirse a uno mismo a través de lo imprevisto, de reinterpretar lo conocido porque nunca permanece igual, la posibilidad de ser otro.

 En una ciudad como Madrid, en un lugar como el que voy a describir, donde el espacio público se ha privatizado y la vida en la calle ya no es posible, esta sensación de “realidad que transforma” se desvanece tan rápido como los transeúntes abandonan las aceras y son engullidos por las luces de los escaparates, continuamente fluyendo hacia ninguna parte, sin poder llegar a fijar ningún rostro en nuestra memoria, desapareciendo cualquier posibilidad de encuentro más allá de empujones o codazos y esto  también modifica la manera en la que percibimos las cosas tal como describe Javier Maderuelo: “La mirada moderna, … , atiende a lo efímero, lo fugitivo y lo superfluo, busca el placer en lo inmediato, por eso contempla la ciudad y lo hace como fenómeno cambiante”[2]



Nuestro cerebro se haya en un estado de constante excitación procesando datos y datos para mantenernos a salvo del peligro y hacernos llegar a nuestro destino utilizando la mínima energía posible, evitando obstáculos, procurando ofrecernos aquello que nos es útil; todo ello, en medio de los reclamos publicitarios que intentan desviar nuestras miradas y alentar nuestros deseos, apartándonos de nuestro objetivo principal, deteniendo nuestros pasos y nuestra mirada de manera involuntaria.

Observamos y somos observados, se interceptan nuestros movimientos: a veces se impiden y a veces se dirigen. “¡Alto!, todos quietos, ¡Vamos! todos caminando, todos como masa…” Es el ritmo de la ciudad a golpes de semáforo. No sirve ir contra corriente, en estas fechas es imposible.







Lo que nunca cambia cuando se apagan las luces.

Sin embargo, entre este séquito de fantasmas siguiendo a un dios desconocido, aún en las entrañas de la más enloquecida de las ciudades siempre podemos encontrar exclusiones a la norma, evidencia de que las cosas no son como parecen y de que toda continuidad tiene interrupciones como propiedad innata a su propia definición, aunque pudiera parecernos lo contrario.

No es, por tanto, casualidad que detrás de todo este movimiento aparente haya elementos que permanezcan estables, imperturbables, inamovibles en su misma esencia y que gracias a ellos seamos capaces de no marearnos ante tal vorágine de rostros e imágenes.

Cuando hice las fotos del paso de cebra con la gente detenida o en movimiento, en realidad lo que quería fotografiar es al hombre que se encuentra detrás de todos ellos, junto al árbol, y que no se puede distinguir:



Es un hombre ya maduro, de tez morena, quemada por el sol, un inmigrante sudamericano que desde hace ya más de cinco años, todos los días (excepto los domingos), mañana y tarde, llueva o haga frío, saca su silla y sus herramientas y talla maderas que encuentra (de puertas, ventanas, encimeras, o cualquier trozo de madera con cierto grosor) haciendo relieves casi siempre de temática religiosa, cristos o vírgenes rodeados de arcángeles o pastorcillos (aunque a veces hace retratos de encargo, supongo, sobre las fotos que le proporciona algún invisible cliente, que una vez terminados, pinta con ceras de colores o con témperas).

Su actividad fija momentáneamente las miradas de todos los que van a cruzar esta calle (probablemente hayan sido ya millones) seguro que ha dejado un poso de reflexión en cada individuo que le haya observado, aunque sólo sea por unos minutos, el que mira ha sido transformado. Por un momento el transeúnte ha apartado su vista de los escaparates y los carteles de las grandes marcas que intentan mostrar las ventajas de vivir en la ciudad comercial donde podemos conseguir todos los productos de nuestros sueños por un “módico” precio, para posarlos sobre el artesano, que crea maravillas con sudor y trabajo por su propia mano.

La necesidad de cambio de la que se aprovechan las empresas comerciales, los estados, las corporaciones[3], para vendernos sus ideas, ha sido satisfecha momentáneamente y en contra de la propia voluntad del viandante por un ser que, tal vez, podríamos llegar a ser. Que no pide nada y que sin embargo recibe de nosotros, no sólo atención sino también monedas (¡cómo si pudiéramos pagar lo que de verdad nos ofrece!), como si tratáramos de aliviar cierto sentimiento de culpa por la situación en que se encuentra, cuando no es cierto que esté peor que nosotros. No he visto en ninguno de los que le observamos la tranquilidad de espíritu que a este hombre rodea.

Por otro lado no toda mirada es ciega y, como refleja un cartel de Springfield graffiteado) se está descubriendo el nuevo rostro de esta sociedad de consumo, donde el corazón sangrante pintado en el ojo de la modelo, podría parecernos revelar una depreciación, al menos, de la mirada consumista que se nos ha pretendido imponer.



En la calle del lujo reina la pobreza y la decrepitud aunque ésta se resista a ser observada (debajo de la farmacia hay un mendigo que me amenazó por fotografiarle, aunque de todas formas no salió en ninguna foto). “Por tanto, podemos prever que los pobres seguirán acudiendo a las ciudades, y que estas, independientemente de lo que piensen los intelectuales sobre ellas, seguirán creciendo”.[4] Reflexiono así acerca de la imposibilidad o las dificultades para escrutar el verdadero rostro de la realidad urbana, “Muchos de los problemas de los que se habla en las ciudades no son específicamente urbanos, sino de la sociedad.....La discriminación, la segregación, la intolerancia, la injusticia son problemas generales de la sociedad, rural o urbana. También lo es la soledad, a pesar de la proximidad física, ya que como  es sabido ésta no es garantía de proximidad social”[5].



Todo esto no cambia en la ciudad sino que se agudiza, y forma parte de ella de una manera tan firme como oculta, lo que varía en la ciudad es la manera en que miramos para que lo que no nos gusta parezca no existir. Encuentro un ejemplo en la escultura homenaje a Francisco de Goya  colocada en la intersección de las calles Goya y Alcalá:



Para el que pasea, el que marcha a pie, es casi imposible ver el rostro de frente del pintor, desde la esquina más cercana sólo es posible verle la nuca, y desde las calles adyacentes solo acertamos a ver sus distintos perfiles. La mirada frontal sólo es posible desde la esquina más alejada desde la que no de distinguen sus rasgos, o bien mientras se circula en automóvil con lo que la observación directa podría suponer grave peligro para la seguridad vial al no existir líneas de detención cercanas en las que podamos detener el vehículo.

No podemos, por tanto encontrarnos con una mirada directa del pintor,  se nos impide ver el rostro del monumento, vivimos bajo la sombra del cogote de Don Francisco,

Es todo lo que se nos ofrece: El monumento aparte. Hechos para no ser  vistos.  Y “Sin embargo, por lo general, reconocemos las ciudades por sus monumentos o por la silueta de sus perfiles característicos que son reproducidos en cientos de imágenes”[6].

Visiones periféricas, preestablecidas, cuantificadas y domesticadas. Libres de cualquier estímulo que deje patente lo oculto. Hemos sido acostumbrados a otro tipo de monumentalidad adaptada al servicio de las hiper-estructuras de la comunicación, donde el verdadero monumento  es el propio centro comercial adyacente.



Aquello que era digno de alabarse, hoy sucumbe a interpretaciones dirigidas por y para el consumo y mejor funcionamiento de las nuevas Telépolis[7].

Es en la oscuridad de los neones y los faros que deslumbran cuando este centro comercial en el que vivo deja ver su cara más oculta, más cruda y desde mi punto de vista más veraz.

Estas luces de neón que recubren extensos edificios comerciales no están hechas para alumbrar, sino para deslumbrar (mismo efecto que causan los faros de los coches sobre los transeúntes), lo cual implica necesariamente una pérdida de visión o al menos una disminución de las capacidades visuales del individuo: vamos por la calle con nuestras facultades mermadas frente a lo visible, que ya no lo es tanto. Este deslumbramiento visual va acompañado de otro deslumbramiento más emocional o psicológico, toda esta parafernalia ayuda a incorporar en el ámbito urbano las nuevas promesas ficticias de realidad, una realidad en que la felicidad absoluta es posible desde el punto de vista del consumo ilimitado, mientras se pueda comprar se compra felicidad. Creamos una representación visual que adoptamos como real y como apunta Daniel Canogar ésta acaba sustituyendo la realidad: “Esta nueva concepción visual de la arquitectura se acerca más a lo que contemporáneamente llamamos la simulación, donde en lugar de coexistir diversas capas de realidad y representación, la representación sustituye a la original[8]”

Me pregunto quién obtiene mayores beneficios de esta situación… Porque no importa cuánto se tenga que esperar para conseguir las condiciones adecuadas para integrarse en este movimiento consumista portador de futuras promesas que nunca se cumplen, todo el mundo espera poseer el dinero suficiente para poder comprar sin mirar el precio de las cosas (valorado en euros o dólares). Esperamos bajo luces artificiales, tras los cristales, la recompensa de lo que creemos que nos pertenece por derecho. Probablemente solos[9].




Naturaleza urbana


Paseo la mirada alrededor de mi edificio como eje central al que siempre regreso, tarde o temprano, lo voy haciendo con nocturnidad y alevosía, para describir este tiempo y esta luz a todas horas me rodea.

Mientras tanto la ciudad se convierte en parque de atracciones, como un escenario teatral evolucionado bajo la nueva política de juego de la era postmoderna, cuando ya las atracciones van camino de ser sólo imágenes[10] y donde ya las imágenes casi no significan nada.

Y nadie juega en las calles.

Supongo que esto no es un juego aunque vivamos una perfecta realidad virtual.

Pese a vivir en grandes escenografías animadas, el reparto ya está escogido, A la humanidad se le otorgó el papel de figurante: “tú serás “ser urbano” (que no humano), por allí debes entrar y por aquí debes salir, ¡Ah, y no toques nada!” y a las grandes estrellas nadie las conoce.

Yo nunca las he visto, por lo menos en su forma de estrella. Aunque una vez un hombre viejo, de madrugada, sentado en el banco solitario que se encuentra frente a mi portal me contó que conoció alguna e incluso la acompañó en sus excesos.



Fue marinero en su tierra, que era una isla, y luego viajó hasta Madrid para convertirse en vendedor de grifa a los americanos que tanto gustaban de disfrutar de las tabernas flamencas de los bajos fondos de Ventas, cuando la M-30 era todavía el arroyo Abroñigal, allá en los 50, obteniendo cierto renombre.

Allí conoció a Ava Gardner, a la que sirvió de chofer en alguna ocasión y tal vez algo más, pues según él ella le invitó a visitarle, cuando se retiró definitivamente a Acapulco, si pasaba por allí en alguna de sus rutas marítimas. Pero él nunca fue, probablemente porque el alcohol evitó que volviera jamás a embarcar.

 Y así lo encontré en Madrid, ciudad de la que no pudo escapar, con su ambiente portuario de bajos fondos,  frente a mi puerta, bebiendo y desahuciado, culpando a su hermana rica de toda su mala fortuna y contando a quién tuviera un cigarro que darle y algún tiempo para escucharle, cómo cada noche recogía mierdas de perro y las colocaba en su ventana como venganza.

Era un hombre que aunque probablemente loco, aún conservaba un exquisito sentido del humor.

La presencia de hombres como éste es similar a  la forma del extremo de la manzana en ese cruce Goya-Alcalá, toda ella de corte señorial, revelándose como barco gigantesco varado, náufrago encallado  en un mar de gente, bañándose en multitudes que se mueven sin reparar en la inconmensurable corporeidad de este edificio que no se puede mover, que nunca más se moverá (salvo catástrofe) y que en cierta manera ya ha perdido toda su importancia.



Un mero decorado.

Supongo que cuesta mirar hacia arriba de la misma manera que hacia abajo (el cuello te acaba doliendo), por encima del perfil de la ciudad,  allá dónde el cielo aún puede que exista.

Cuento estas historias porque me parece que hablan de la  verdadera naturaleza de esta ciudad, por que la “real”, la de hojas verdes y verdes veredas no tiene lugar.



Los elementos naturales no sólo se ven mermados, disfrazados, o sometidos, sino que han sido encarcelados; gracias, probablemente, al esfuerzo de los estamentos dominantes por introducir las maravillas de la sociedad industrial (hoy  ya post-industrial) como explica Canogar: “Tanto los invernaderos como el Palacio de Cristal suponían una reconciliación de naturaleza e industria, pero dentro de la ciudad y a través de lo industrial. No presenciamos una vuelta a la naturaleza, sino la humanización de la industria a través de una naturaleza alterada” [11].



El aire del mañana es espeso, las imágenes pierden nitidez, al igual que la realidad que se desvanece y convierte la materia y los cuerpos tangibles en evanescencias de realidades que aún no se han consumado, o incluso, que se ya se han consumido previamente.

Y si en el escenario principal de esta ciudad se representa nuestro mundo feliz a lo Walt Disney,  en el foso encontraremos los verdaderos actores que se encuentran esperando turno con paciencia, para contar cómo es por dentro esta función.

Aún así, y a pesar de todo la ciudad persiste y resiste como ente y como ser, pese a su desolación encubierta y la suciedad (tanto moral como real) de sus gentes, extendiendo su “estética rata” (como me he permitido denominar a esta pátina que siempre aparece, derivada de la suciedad del tiempo, de todos los hombres, que devienen en ruina primitiva), durante las noches largas que describía Hemingway[12] (porque por el día sólo se deambula y muy poquitas veces se piensa), más bella que cualquier escaparate y más limpia que cualquier cristal. Dejando ver por sus grietas, tal vez, el paraíso perdido[13]



Aquí acabó el paseo, otra vez en el banco dónde nadie se sienta frente a mi puerta, en este edificio donde  vivió algunos meses César Vallejo, y en cuya fachada se puede ver una placa homenaje que reza así:


                      “CUANDO ALGUIEN SE VA, ALGUIEN SE QUEDA.
         EL LUGAR POR DONDE PASÓ UN HOMBRE YA NUNCA ESTÁ SÓLO.”
                                            (César Vallejo - Poeta peruano)







[1]
 Argullol, Rafael: " El cazador de instantes- Cuaderno de travesía 1990-1995 ". Ediciones Destino- Colección Áncora y Delfín 1996. (EL ojo del caos). Pág. 52-53.

[2]
 Maderuelo, Javier: " Del escenario de la ciudad al paisaje urbano ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág.47)

[3]
 “Destruir la caótica realidad para reemplazarla por una visión higiénica y ordenada del original, un simulacro gestionado por las grandes corporaciones de la industria del entretenimiento: este es parte del insidioso mecanismo económico de la arquitectura del espectáculo de la actualidad”. Canogar, Daniel: " Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). ( Pág. 209)

[4]
 Capel, Horacio: " Gritos amargos desde la ciudad "."Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 128)

[5]
 Capel, Horacio: " Gritos amargos desde la ciudad "."Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 118)

[6]
 Maderuelo, Javier: " Del escenario de la ciudad al paisaje urbano ". "Desde la Ciudad"- Actas -  Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 38)

[7]
“Está surgiendo una ciudad dispersa, pero con lazos y relaciones fuertes entre sus componentes a través del automóvil, el teléfono , los transportes públicos, Internet. Una nueva forma de organización social a la que se ha llamado Telépolis (Echevarría, 1994). Una ciudad desterritorializada en donde se pueden establecer contactos y relaciones en partes muy diversas. Una ciudad que en una primera fase será muy injusta y segregada, ya que acentúa el uso desigual del espacio y sólo algunos se pueden mover realmente en esos diferentes espacios y por todo el mundo mientras que otros, con menores rentas, permanecen ligados al lugar de residencia”. Capel, Horacio: " Gritos amargos desde la ciudad "."Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág.117)

[8]
"Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen" Daniel  Canogar. "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998 (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 197). “Ya en los albores  de la modernidad encontramos las características principales de lo que será la arquitectura de la simulación: un espacio arquitectónico que coloca al ciudadano en el centro mismo de una gran imagen envolvente, una primitiva realidad virtual”. (Pág.198). “A partir de ahora, el ciudadano pasa a ser ante todo un espectador de su entorno, un consumidor visual de un urbanismo escenificado”. (Pág.198).  “Aquí, el cristal se convierte en un motor principal de la incipiente sociedad de consumo. Permite el acercamiento visual al producto, pero separa físicamente al observador de este producto expuesto especialmente para seducir la mirada del individuo. La seducción visual provoca el deseo adquisitivo: a partir de ahora la figura del espectador quedará definitivamente fundida con la del consumidor”. (Pág. 202)

[9]
 "En Madrid lo desconsolaba sentirse tan lejos de Mágina: en el arcén, junto a los pilares del puente y la marea del tráfico, rodeado de terraplenes y zanjas de tierra ocre en los que aún se veían las huellas colosales de las excavadoras, se sintió no ya lejos de su añorada Mágina, sino de cualquier otro lugar habitado del mundo". (Antonio Muñoz Molina " Los Misterios de Madrid" Barcelona, RBA, 1994, p.77)." Palabras Pintadas: 70 miradas sobre Madrid" Sala de las Alhajas- Fundación Caja Madrid 23 de Marzo- 20 de Junio,2004 , (Pág. 180)
[10]
 “En Poitiers, dos horas al sur de París está "Futuroscope", parque temático de la imagen. Si hay algo que sorprende al pasear por su recinto es su silencio. En comparación con  un parque de atracciones tradicional, donde se oye el griterío y el murmullo excitado de los visitantes montándose en diversas atracciones mecánicas, aquí impera un vacío sorprendente. Esto es debido a que las atracciones se han sustituido por películas IMAX. Este fenómeno es un auténtico giro postmoderno al desarrollo histórico del parque temático: ya no hay atracciones, sino imágenes que se comportan como atracciones”.  (Pág. 69) Canogar, Daniel: "Ingrávidos”. Un proyecto de Daniel Canogar. Del 27 de Marzo al 25 de Mayo de 2003. Fundación Telefónica. Madrid

[11]
 Canogar, Daniel: " Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). (Pág. 201).
[12]
 "Irse a dormir temprano en Madrid es como querer sentar plaza de persona extravagante, y vuestros amigos se sentirán molestos durante algún tiempo con vosotros. Nadie se va a la cama en Madrid antes de haber matado la noche".--- Ernest Hemingway " Muerte en la tarde" (1932) (Traducción de L. Aguado, en J. A. Santos, Madrid en la prosa de viaje, op. cit.,p.137) " Palabras Pintadas: 70 miradas sobre Madrid" Sala de las Alhajas- Fundación Caja Madrid 23 de Marzo- 20 de Junio,2004 (Pág. 202)
[13]
  “¿Cómo sorteamos las tendenciosas implicaciones políticas del espacio de simulación, perfecto instrumento del capitalismo tardío y de la sociedad de mercado? Es difícil formular una respuesta contundente a esta pregunta, pero quizás, sólo adentrándonos en estos espacios de simulación, sólo aceptando su inevitable presencia, podemos comenzar a esbozar modelos alternativos, híbridos  quizás, a los estancos modelos actuales de "ciudad" y "naturaleza", o lo que se ha convertido en su equivalente contemporáneo, entre "realidad" e "imagen". Sin duda necesitamos la referencia dialéctica de la naturaleza, no como experiencia empaquetada, pictorialista y domesticada, sino como una presencia entrópica que resquebraje las asfixiantes burbujas artificiales que hemos creado para protegernos de una realidad caótica y amenazante. Serán estas grietas, sin duda inquietantes, donde podamos encontrar las posibles salidas que trasciendan los límites actuales de la experiencia humana”. Canogar, Daniel: " Espacios Espectrales: Realidad y Ficción en la Arquitectura de la Imagen ". "Desde la Ciudad"- Actas - Arte y Naturaleza. Huesca.1998. (Edita Diputación de Huesca). ( Pág.210)