lunes, 30 de enero de 2012

When a Blind Man Cries



Hoy, después de tanto tiempo sin escribir voy a contar una historia. Es la historia de un hombre, de un hombre ciego. De un hombre ciego que se ha subido hoy al mismo autobús en el que yo andaba de vuelta a casa con mis toses y mis tristezas. 57 era el número. Desafortunada la andadura.

Cuando ha entrado no sabía que era era ciego, y eso que le acompañaba su perro guía, pero pensé: "seguro que es un perro en rodaje todavía, este chico, que no será mayor que yo, no tiene por qué estar ciego, lo estará entrenando". Pero esta idea se ha desvanecido en el primer segundo, cuando me he encontrado observando los largos dedos de su pálida mano palpar, con esa extraña suavidad del que mira con el tacto, el cristal de la mampara que separa al conductor de la gente común, mientras preguntaba con una voz sosegada en qué parada se tenía que bajar para coger el metro de la línea 1.

-"En dos paradas, si quieres, tienes el metro de Nueva Numancia, que es la línea 1, si no, en Pacífico, tienes la 1 y la 6"

-"Me da igual, con tal de que sea la línea 1, supongo que mejor la que esté más cerca de la boca de metro, ¿podría avisarme por favor?"

Luego se ha sentado detrás de mí con su fiel amigo que era como fue también mi fiel amigo, un labrador negro. Iguales, la misma mirada.

Después ha entablado conversación con alguien, cercano creo, por su tono y su cadencia al salir las palabras de su boca, a través de su teléfono móvil. A pesar de haber subido en una parada del valle de los desharrapados él no parece pertenecer a esta tierra. Viste bien, ropa cara (o al menos eso es lo que yo supongo), y cuánto menos elegante, con un toque bohemio, nada pretencioso, y exquisitos modales, y voz suave. Con esto no quiero decir que no exista este tipo de personajes en el que en sueños siempre fue mi barrio, pero no es lo habitual. Más tarde confirmé que efectivamente sólo pasaba por allí. Como yo. Como todos.

Dos paradas después el autobús ha cesado su movimiento.

-"Aquí es, el metro está a la izquierda"

-"Adiós, tengo que dejarte, voy para allá, tengo que bajarme del autobús y cojo el metro ahora" (No sé si con exactitud ha dicho esto o cualquier otra cosa parecida, o tal vez algo que no tuviera nada que ver con estas palabras, pero eso no es lo importante).

Se ha levantado sin prisa, con movimientos pausados se ha dirigido hacia la puerta de atrás del autobús haciendo girar a su perro que tenía intención de salir por delante. Un perro siempre es mucho más sabio que cualquiera de nosotros. Más sabio que el sol que todo lo quema. Más sabio que Dios.

Luego un grito, y el dolor. He girado mi cabeza para mirar por la ventana y le he visto allí tirado , sin moverse, mientras la gente se arremolinaba a su alrededor, muchos se han bajado del autobús; y cuando he visto a su can que me miraba a través del cristal con la correa colgando arrastrando por el suelo, yo también.

Nadie le hacía caso, y él, sin huir, se mantenía a la espera, sin saber qué hacer, mirando estupefacto el espectáculo. He cogido la correa y me acercado a su frente, me ha saludado con la mirada y con la lengua, agradecido, "¿tú sabes que pasa?" me ha preguntado, "no temas, pequeño, te llevaré con él, todo está bien, es sólo un contratiempo, cosas del mundo..." le he respondido, y acercándolo al cuerpo tendido que preguntaba por su lomo ambos se han encontrado y se han quedado más tranquilos. Se ha tumbado panza arriba contra él, "qué juego más divertido, tú en el suelo y yo también", ha dejado entrever en su sonrisa perruna. Mientras, los dedos largos del ciego agarraban la correa quitándomela de las manos, "Ven conmigo, no me dejes sólo" parecían decirle. Y me ha temblado el corazón.

"Se llama Jazz" le ha dicho el chico a la policía pelirroja que intentaba calmarle, (el jazz siempre me ha parecido una música triste, y ella también tenía una mirada triste),"¿Puedes moverte?", "no", "Tranquilo, la ambulancia llegará en seguida", "¡despejen esto, aquí no hay nada que mirar!". Y todos se han ido. Yo no. Quería asegurarme que ambos, amo y perro, subían al mismo vehículo, que no los separaban, que ninguno de los dos se iba a quedar solo y desamparado en manos de extraños. Luego han llegado otros. Más extraños.

"¿Que ha pasado, cómo te has caído?" "No lo sé, tropecé con algo, el animal ha hecho un ademán para desviarme, pero ya era demasiado tarde". El autobús aún permanecía parado, en el mismo instante, con la puerta abierta frente a ese enorme bolardo en el centro exacto de la trayectoria de bajada de cualquiera, ¿como podría haberlo evitado?... Un punto y aparte en el camino. Un mojón en el destino. En principio, un imán de la desgracia.

El conductor daba vueltas alrededor de la escena: ¿cómo podía haber parado el autobús exactamente en ese punto? ¿qué maldita idea se le habría pasado por la cabeza para apretar el freno en ese espacio adoquinado y no unos centímetros más alante?, no más de 50, hubieran servido para engañar a la fatalidad. Mientras yo le miraba, adivinaba mis preguntas en su mente. No creo que siquiera fuera consciente de dónde paraba el autobús, no lo tuvo en cuenta, no fue intencionado. Probablemente no sea una mala persona, probablemente iba pensado en otras cosas, probablemente en nada que importe. Y le tocó ser el brazo ejecutor, mensajero de agonías de otro ser ya parcheado. Todos pierden.

Incluso yo, que no puedo evitar que las lágrimas se me escapen, mientras pienso andando por la Albufera en el chico ciego allí tendido que no llegará a su destino, en el negro Jazz subiendo a la ambulancia tras su amo que no soy yo, que tal vez ya nunca más le necesite, si su cuerpo se hace monumento, erigido en piedra, si lo inmóvil del instante se plagia entre sus células, si además de una tragedia le bailan más Medeas; Joder, parecía buena gente, un poco bobo todo lo más, pero no había maldad en su mirada, a pesar de no ver nada. Y sentí su oscuridad en la caída, y el dolor de sus pupilas, y una costilla atravesando carne, y más vallas en su cercado, y menos alegría en mil rabos de perro.

¿Por qué a él y no a otro?, otro cualquiera como ese gilipollas que diez minutos más tarde me intentó chotear tras el mostrador de un establecimiento de esos de "comida rápida de mierda que sabe a gloria", y al que a falta de poder insultar en voz alta (pero habiéndolo hecho a sotto voce entre quejidos de mis bronquios de pez fuera del agua) le dí a entender que se metiera los putos sándwiches, de ese negocio cuyos beneficios no iban a ser para él, por el culo. ¿Cómo pueden existir seres tan necios? A veces creo que la maldad va de la mano de la ignorancia. No sé qué ceguera es peor.

Y he seguido andando de Vallekas al Barrio de Salamanca, con rabia entre los dientes y el estómago vacío. Y al mirar entre cascadas he visto sobre un banco solitario, abandonado, un radiocasete amarillo y roto, del que nunca más saldrían notas, que nadie más escucharía.

Y le he hecho una foto (1), pensando que ilustraría el relato que ahora estoy escribiendo. Y me he despreciado a mí misma por utilizar un momento grave de la vida de otro para dedicárselo a las artes, esa amante traicionera que nunca devuelve llamadas. Y he pensado que no soy mejor que nadie, y que tal vez ni siquiera exista sino como esa mano que pasa la correa de un ser a otro. Sin presencia, sin voz, sin cuerpo, sin ojos. Una falacia.

Y me he preguntado si la vida era tan cruel como para ponerse a disposición del Arte, como para no ser sino Arte, no existir sino en una canción o en un poema, que casi siempre son lo mismo, al final: una imagen. La vida no es, solo suena, solo habla y siempre está ciega. El Jazz siempre me ha parecido una música triste, y el Arte un invento del diablo, y ahora que he perdido la voz, y no sólo por eso, prefiero la alegre mentira del Rock n' Roll.

Luego me ha dado un ataque de tos, como el que ahora tengo, que casi me ahoga, y al pasar por un hospital he entrado en urgencias. Diagnóstico: Bronquitis aguda y afonía grave. No puedo respirar y ya no quiero hablar.

El ciego jamás sabrá quién le devolvió a su guía. El que no habla en el que no ve.

Y está bien, y solo para limpiar mi conciencia impía, escribo ahora las siguientes líneas que son el final feliz que nadie espera en una historia como ésta: ese en el que la policía pelirroja se enamora del ciego inválido (que resulta no serlo) de camino al hospital en la ambulancia, con el perro de testigo, y cómo a partir de ese momento la vida es mejor para los tres. Otra falacia, tal vez.

O puede que simplemente lo único que sucede es que necesito un perro. Que todos necesitamos un perro guía.

Le llamaré "Tiempo".




(1) Providencialmente la foto fue alojada en la tarjeta SD del teléfono móvil. Debido a un ataque de estupidez supina o como otros dirían "cosas del destino", al intentar volcarla en el pc la he introducido en la ranura equivocada del ordenador de manera que resulta imposible su extracción. De tal modo he acabado de un plumazo con la posibilidad de mostrarla al mundo, y he inutilizado de por vida el lector de tarjetas de mi portátil. Ustedes reflexionen. O no.









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